Ron Johnson sacude X mientras China seduce al México de Sheinbaum
Un tuit desató el conflicto, pero la puerta geoestratégica del hemisferio está en riesgo.
Ghaleb Krame
1. Introducción: La guerra no declarada ya comenzó
Un tuit desató el conflicto, pero la puerta geoestratégica del hemisferio está en riesgo
El 4 de junio de 2025, a las 13:58 CST, el embajador estadounidense Ronald Johnson lanzó un tuit que funcionó como primer disparo en una guerra digital no declarada: "No solo competimos con China—hoy enfrentamos amenazas a la infraestructura crítica y la seguridad alimentaria... México y Estados Unidos deben enfrentarlas juntos como aliados estratégicos". El mensaje, redactado en inglés y español, buscaba posicionar a China como amenaza sistémica y a México como socio esencial para contenerla.
A las pocas horas, la Embajada de China en México contraatacó en X con una frase que citaba textualmente —y sin atribución, como si se tratara de un producto chino clonado— a un usuario mexicano de bajo perfil, David Meza: “Ser enemigo de EE.UU. es peligroso, pero ser su amigo es fatal”. La embajada no solo recicló el mensaje: lo amplificó estratégicamente para transformarlo en una pieza de propaganda digital, elevando una opinión marginal a la categoría de verdad internacional. El tuit funcionó como un espejo narrativo: una frase local convertida en arma geopolítica.
El 5 de junio, la Embajada de EE.UU. intentó recuperar la iniciativa con una publicación sobre Paracho, Michoacán, epicentro de la tradición guitarrera mexicana, donde los artesanos locales denunciaban una caída del 40% en ventas debido a las imitaciones chinas. En la imagen destacaba una pancarta dirigida directamente a Sheinbaum: “No tenemos ventas de nuestras guitarras de Paracho, por causa de la guitarra China”. Con los hashtags #NegocioChino y #BadBusiness, el mensaje buscaba trasladar la disputa geopolítica al terreno cultural y económico, apelando al nacionalismo productivo frente al “clonaje” comercial de Pekín.
La Embajada China replicó con sarcasmo: “La guitarra no mata… pero las armas sí”, en referencia al fallo de la Corte Suprema de EE.UU. que, ese mismo día, desestimó la demanda mexicana contra fabricantes de armas por su papel en la violencia del narco.
En solo 48 horas, la disputa digital escaló de los biopatógenos y la seguridad alimentaria a una guerra semántica sobre cultura, comercio, violencia estructural y alianzas internacionales. Pero más allá de la superficie de los tuits, lo que está en juego es el alma hemisférica de México: su futuro diplomático, económico y simbólico. China lo sabe, y actúa. Desde 2018 ha incrementado su inversión directa en infraestructura estratégica, comercio bilateral y proyectos de cooperación multilateral, construyendo una relación silenciosa pero estructural. Ejemplos tangibles abundan: la construcción del Metro de la Ciudad de México con tecnología y financiamiento chino, la participación de empresas chinas en tramos clave del Tren Maya, y el fortalecimiento de parques industriales en el norte del país con capital asiático. Pekín no impone condiciones ni exige reformas. Ofrece financiamiento, tecnología y respaldo simbólico a la narrativa de autodeterminación. En ese vacío dejado por la fatiga de Washington, China se presenta como el aliado que no sermonea, pero sí invierte. Y lo hace en el momento más crítico: cuando México redefine su rol en el tablero internacional.
2. México: un momento histórico de alineamientos
México redefine su política exterior mientras la ciudadanía clama por justicia: entre Pekín y Washington, se disputa el hemisferio americano.
Esa redefinición no ocurre en abstracto. México atraviesa un momento decisivo en su historia diplomática. Tras consolidar un dominio político interno sin contrapesos reales, Morena ha tejido una narrativa de soberanía nacional que combina nacionalismo emocional, pragmatismo político para aglutinar al lumpen mediante programas sociales, y un rechazo selectivo a las influencias externas. Este discurso ha calado profundamente en sectores populares, especialmente tras los años de fricción con la administración Trump: amenazas de aranceles, retórica antimigrante y presiones en materia de seguridad fronteriza que deterioraron la imagen de Estados Unidos como socio confiable.
China ha leído con claridad este escenario. Desde 2018 ha incrementado su inversión directa en infraestructura estratégica, comercio bilateral y proyectos de cooperación multilateral, construyendo una relación silenciosa pero estructural. Ejemplos concretos lo demuestran: el suministro de trenes y tecnología para el Metro de la Ciudad de México, la participación de empresas chinas en la construcción de tramos del Tren Maya, así como el financiamiento y operación de parques industriales en estados del norte como Nuevo León y Coahuila. Pekín no impone condiciones ni exige reformas. Ofrece financiamiento, tecnología y respaldo simbólico a la narrativa de autodeterminación. En ese vacío dejado por la fatiga de Washington, China se presenta como el aliado que no sermonea, pero sí invierte. Y lo hace en el momento más crítico: cuando México redefine su rol en el tablero internacional.
El dilema es que la sociedad mexicana no es un bloque homogéneo. Mientras una parte del electorado —afín a Morena— ve en China una alternativa útil frente al “imperialismo estadounidense”, otra franja importante de ciudadanos aún espera que Washington actúe con firmeza, sobre todo frente al crecimiento de los cárteles. La designación de organizaciones criminales como FTOs fue recibida con entusiasmo por una mayoría silenciosa que ya no tolera la violencia cotidiana en sus múltiples formas —desde la extorsión hasta la desaparición forzada—, es decir, por un porcentaje altísimo de la población. Fue interpretada como una señal inequívoca de Trump: más allá del cálculo electoral, revelaba una visión estratégica orientada a interrumpir el flujo de fentanilo y, sobre todo, a romper la alianza insostenible entre crimen organizado y aparato estatal. Así, el deseo íntimo de muchos mexicanos —ese que rara vez se verbaliza por temor, resignación o conveniencia— comenzó a emerger: que alguien, incluso desde fuera, tenga el valor de desarticular ese nexo. Y si ese alguien resulta ser Trump, que así sea, incluso si ello viene acompañado de su política tarifaria.
3. El factor Sheinbaum: ¿continuidad maquillada o giro calculado?
El dilema de Sheinbaum: la supervivencia de Morena como partido político o un México libre de narcos.
La llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia abre interrogantes más que certezas. Aunque es presentada como una científica con talante técnico y sobriedad institucional, su entorno inmediato —desde los operadores políticos hasta los asesores de seguridad— proviene del mismo ecosistema que permitió el crecimiento exponencial del narco, la militarización del país y la subordinación de la política exterior a la narrativa morenista.
La pregunta clave es si Sheinbaum se limitará a administrar la continuidad con nuevos modales, o si será capaz de reorientar la política exterior frente al avance chino y asumir con realismo el dilema de seguridad que representa el crimen organizado. Hasta ahora, las señales son ambiguas. Ha defendido la relación con Cuba, ha minimizado la relevancia de las sanciones de EE.UU. y ha evitado posicionarse con claridad ante la propuesta de designar a los cárteles como FTOs. Todo indica que su prioridad es mantener la base electoral interna, evitar rupturas con la élite de Morena y no incomodar a Pekín, incluso si eso implica tensiones crecientes con Washington.
Sin embargo, la realidad podría imponerle otro rumbo. Ningún gobierno puede sostener indefinidamente una narrativa de soberanía si no controla efectivamente su territorio. Y ningún país puede ejercer un liderazgo regional creíble mientras sus fuerzas armadas son superadas por grupos criminales con drones, armamento táctico y control territorial. Si Sheinbaum aspira a ser algo más que la albacea de un proyecto en decadencia, deberá elegir entre la lealtad ideológica y la viabilidad histórica. Se trata de demostrar que la defensa del pueblo mexicano no requiere discurso, sino determinación estratégica.
4. Del 'Eje del Mal' al 'Eje del Terrorismo': Cuba, Colombia, México y Venezuela
Una nueva arquitectura autoritaria se consolida en el vecindario, con México como eslabón ambivalente.
Mientras el gobierno de Sheinbaum denuncia como injerencia la designación de cárteles mexicanos como organizaciones terroristas extranjeras (FTOs) y protesta por sanciones estadounidenses, consolida vínculos estratégicos con regímenes alineados con Pekín: Cuba, Venezuela, Colombia bajo Petro y la propia administración mexicana forman hoy una suerte de nuevo 'eje del terror', ideológicamente cohesionado y geopolíticamente funcional al interés chino.
Lejos queda el viejo "Eje del Mal" de la era Bush; lo que hoy se configura en América Latina es una arquitectura de gobiernos populistas con una narrativa común: antiimperialismo retórico hacia EE.UU. y apertura silenciosa hacia el capital, la tecnología y el discurso político de Pekín.
En 2024, México exportó más de 335 millones de dólares en petróleo a Cuba, una cifra que se disparó pese a la precariedad energética interna. En paralelo, el senador estadounidense Marco Rubio acusó al gobierno mexicano de facilitar un esquema de explotación laboral con médicos cubanos, en condiciones que, de ser aplicadas por EE.UU., provocarían una oleada de condenas en foros internacionales. No hubo reacción por parte del gobierno mexicano. Al contrario, Sheinbaum defendió la relación y recordó el voto mexicano en la ONU contra el embargo estadounidense a la isla, consolidando una narrativa de "solidaridad latinoamericana" funcional al discurso del bloque bolivariano.
Lo contradictorio es que este mismo gobierno que clama por respeto a su soberanía, permite la expansión de células partidistas y alianzas ideológicas dentro del territorio estadounidense —como los colectivos morenistas en Nueva York— sin reconocer que, en sentido inverso, lo consideraría una agresión directa. Si el Partido Republicano operara con ese nivel de presencia simbólica en Oaxaca o Guerrero, la narrativa de "intervención extranjera" no tardaría en activarse.
Sheinbaum no opera bajo una doctrina coherente de soberanía, sino bajo una lógica funcional: soberanía cuando le incomoda Washington, apertura cuando conviene a Pekín o La Habana. Este doble rasero debilita el discurso mexicano ante los ojos de la comunidad internacional y deja la puerta abierta a una penetración estratégica que ya no es solo ideológica, sino comercial, tecnológica y política.
5. El error de Estados Unidos: combatir tuits con tuits
Washington tuitea; Pekín reconfigura narrativas con algoritmos y cinismo.
Ronald Johnson es un diplomático inteligente, culto y estratégico. Pero en la guerra por el alma hemisférica de México, está usando las herramientas equivocadas. En lugar de desplegar acciones coordinadas con efectos reales sobre el terreno —contra redes criminales, estructuras corruptas o circuitos de desinformación—, optó por una batalla semántica en X, donde China no solo juega de local, sino que marca las reglas.
La evidencia es clara. Mientras EE.UU. apuesta por hilos bilingües y hashtags oficiales, China recurre a una estrategia de amplificación narrativa basada en tres pilares: apropiación de voces locales, ironía política y sincronización táctica con eventos sensibles. El caso del tuit “Ser enemigo de EE.UU. es peligroso, pero ser su amigo es fatal” es ejemplar: una frase publicada horas antes por un usuario mexicano marginal fue replicada palabra por palabra por la embajada china, sin atribución, para ganar tracción algorítmica bajo apariencia de autenticidad orgánica.
EE.UU., en cambio, lanza tuits que suenan institucionales y desconectados del lenguaje emocional del ciudadano promedio. La publicación sobre Paracho fue eficaz desde el punto de vista diplomático, pero poco viral: careció de la mordacidad que define la narrativa de China en redes sociales. Johnson, quien podría desempeñar un papel central como halcón respetado en la región, ha sido percibido en este episodio más como una paloma ilustrada que como un actor de disuasión dura.
La pregunta no es si EE.UU. tiene razón en el fondo —la tiene—, sino si ha entendido dónde se está librando la batalla. Y la respuesta, por ahora, es no.
6. Acción, no narrativas: el narco como campo de legitimidad
Para millones de mexicanos, justicia no es un concepto: es el fin del narco.
El gran error de EE.UU. no es solo haber elegido mal el terreno de batalla, sino haber ignorado cuál es el clamor central de millones de mexicanos: justicia. Y en el México actual, justicia es sinónimo de frenar al narco. Ni la diplomacia cultural, ni las inversiones verdes, ni las becas Fulbright tienen el poder simbólico que podría tener una operación concreta contra estructuras del crimen organizado que gozan de impunidad en amplias zonas del país.
Si Johnson, Landau o Rubio quieren hablarle al México profundo —al México que ha perdido a un hijo por extorsión, secuestro o adicción al fentanilo—, deben ir más allá del discurso. La revocación de visas, por ejemplo, ha demostrado ser una herramienta efectiva para agrietar la percepción de intocabilidad de ciertos actores políticos. El caso de Marina del Pilar lo demostró con claridad: no hizo falta una intervención directa ni una amenaza explícita. Bastó un mensaje simbólico para detonar una reacción social dormida. Imaginemos, entonces, el impacto de una acción coordinada —judicial, financiera o incluso militar— contra redes logísticas del narco, sus lavadores y sus protectores políticos.
La legitimidad de EE.UU. no se construirá con trending topics sino con actos. Y si esos actos golpean al narco donde más le duele —en su dinero, su logística y sus socios políticos—, una parte silenciosa pero mayoritaria de la sociedad mexicana los interpretará no como intervención, sino como redención. Porque en esta guerra híbrida, la verdadera batalla no es ideológica: es por quién defiende mejor al pueblo.
Un segundo paso, tras recuperar esa legitimidad, sería lanzar acciones quirúrgicas contra los cárteles, sin necesidad de que “la planta de un extraño enemigo” —como dice el himno— pise el suelo mexicano. Tecnología y táctica pueden sustituir ocupación: ataques de precisión con drones no tripulados que debiliten su capacidad operativa, combinados con incursiones de comandos de élite —preferentemente mexicanos, o en casos excepcionales binacionales— para neutralizar objetivos clave del mapa criminal sin provocar una escalada visible. Se trata de demostrar que la defensa del pueblo mexicano no requiere discurso, sino determinación estratégica respaldada por inteligencia y capacidad táctica.
7. El factor Sheinbaum: ¿continuidad maquillada o giro calculado?
Entre la lealtad ideológica y la viabilidad histórica: el dilema de Sheinbaum.
La llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia abre interrogantes más que certezas. Aunque es presentada como una científica con talante técnico y sobriedad institucional, su entorno inmediato —desde los operadores políticos hasta los asesores de seguridad— proviene del mismo ecosistema que permitió el crecimiento exponencial del narco, la militarización del país y la subordinación de la política exterior a la narrativa morenista.
La pregunta clave es si Sheinbaum se limitará a administrar la continuidad con nuevos modales, o si será capaz de reorientar la política exterior frente al avance chino y asumir con realismo el dilema de seguridad que representa el crimen organizado. Hasta ahora, las señales son ambiguas. Ha defendido la relación con Cuba, ha minimizado la relevancia de las sanciones de EE.UU. y ha evitado posicionarse con claridad ante la propuesta de designar a los cárteles como FTOs. Todo indica que su prioridad es mantener la base electoral interna, evitar rupturas con la élite de Morena y no incomodar a Pekín, incluso si eso implica tensiones crecientes con Washington.
Sin embargo, la realidad podría imponerle otro rumbo. Ningún gobierno puede sostener indefinidamente una narrativa de soberanía si no controla efectivamente su territorio. Y ningún país puede ejercer un liderazgo regional creíble mientras sus fuerzas armadas son superadas por grupos criminales con drones, armamento táctico y control territorial. Si Sheinbaum aspira a ser algo más que la albacea de un proyecto en decadencia, deberá elegir entre la lealtad ideológica y la viabilidad histórica.
8. Conclusión: ¿quién defenderá a México?
México no está en una encrucijada, sino en medio de un reordenamiento hemisférico que ya comenzó. La batalla no es sólo por tratados o inversiones: es por la narrativa, la legitimidad y el futuro mismo del Estado. China ha comprendido que, para influir en México, no necesita aviones ni tanques: le basta con algoritmos, diplomacia silenciosa y alianzas pragmáticas con un régimen que necesita validación externa sin exigencias internas. EE.UU., en cambio, sigue apelando a la retórica institucional, esperando que la mera inercia del T-MEC baste para sostener su influencia.
Pero en esta guerra híbrida, la pasividad se paga caro. Si Washington no logra articular una respuesta coherente —una que combine inteligencia táctica, apoyo a la sociedad civil y acciones simbólicas contundentes—, perderá algo más que un socio: perderá el control del corredor estratégico que une Centro y Norteamérica.
México aún no ha cerrado su apuesta. Hay una parte de la población —silenciosa, dolida, pero resiliente— que no quiere vivir bajo un narcoestado ni convertirse en un satélite más de Pekín. Esa parte espera señales. No tuits. No discursos. Acciones. ¡Contundencia!